Wolfox, el perro lunar
Si la desgracia fuera madre, su hijo se llamaría wolfox, aquel pobre perrito aterrorizado, que escapando de un feroz tormenta había ido a parar a la ciudad Feliunacia, mucho mas al norte de Moscú, la ciudad en que las personas pintan gatos rayados.
Feliunacia era un reino repleto de sillones y ovillos de lana, lana de todas partes del mundo, también había cajones, armarios y todo tipo de lugares secretos donde sus habitantes se escondían. Pero sobre todo había muchos gatos y de todo tipo, pero había una especie que era mas admirada y respetada entre ellos; si, acertaron, se trata nada mas ni nada menos que de los gatos rayados, pues se creía que eran dignos descendientes de los tigres, felinos que aparecían en los cuentos de los cachorros gatunos. Sin embargo tanto a adultos como a niños les gustaba jugar: Un verdadero problema para wolfox.
Wolfox era el punto de todas las bromas y maltratos de los feliunacios. Lo mordían lo arañaban, se subían sobre su lomo y afilaban sus uñas. Wolfox era muy débil, no se podía acostar bien y una vez que lo hacia le era imposible levantarse. Además entre tanto gatería había olvidado como ladrar. Sus patas estaban heridas de tanto correr por esa terrible tormenta que lo perseguía. A veces, durante la noche, seguía escuchando los truenos lejanos y su frágil cuerpo de zorrito temblaba mientras que de su hocico se podía escuchar sus terribles lamentos.
Lo bueno del reino eran sus sillones, Wolfox podía pasarse horas durmiendo en los sillones, si no lo despertaban los gatos mientras arañaban uno de los sillones para afilarse las uñas.
Mientras dormía, tenía siempre el mismo sueño: Soñaba que se iba volando a la luna, la tierra de los canes, donde todos convivían en paz. Se decía que si estabas atento durante la noche se podía escuchar a un lobo nórdico aullar en dirección a la tierra. Pero en Feliunacia había muchas nubes y nunca se veía la luna.
Una noche llego a soñar que se convertía en un lobo que aullaba, en medio de un desierto. Esa fue la última noche en Feliunacia. Ya que luego de diez meses el cielo se despejo y Wolfox, que había despertado en medio de la noche, pudo ver por fin la luna y por primera vez aulló y aulló tan pero tan fuerte que otro lobo le respondió. Y así fue que la luna llego volando hasta la tierra con la fuerza de los lobos y tanto le gusto a la luna la tierra que cuando se fue decidió quedarse cerca, dando vueltas a su alrededor. Wolfox se había quedado en
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